¿QUIÉN HABLA EN NOMBRE DE LA TIERRA?

La legendaria serie de divulgación científica Cosmos, concebida y dirigida por el gran Carl Sagan hace ya varias décadas, acababa con un conmovedor último capítulo con el mismo título que esta editorial. Su autor realizó aportaciones fundamentales a la comprensión de la temperatura del planeta Venus, en relación al efecto invernadero provocado por las grandes concentraciones del gas dióxido de carbono presente en su atmósfera. Argumentaba, con ello, que la investigación del espacio cercano podía sernos útil, ya que permitía comprender y predecir, en este caso, que el aumento de emisiones de gases de efecto invernadero acabaría por calentar nuestro propio planeta. De hecho, fue uno de los primeros científicos en alertar de este peligro. En su época, esta idea fue objeto de burla y desprecio. ¿Cómo íbamos nosotros a alterar el clima global? ¿Por qué tendríamos que modificar nuestro modo de vida, en el que ufanos quemábamos y quemábamos lo que nos daba la gana, por las supuestas lecciones que nos llegaban desde el espacio exterior?

Sagan, incansable luchador por la racionalidad, oponente de la ignorancia y el fanatismo, profundamente civilizado y civilizador, siguió avisando del riesgo. Sus estudios de Venus, el lucero del alba, parecían iluminar el camino de la humanidad haciendo aparecer en el horizonte sombras de inquietud. Hoy en día, los negacionistas del cambio climático han perdido fuelle. ¿Por qué hubo negacionistas de este fenómeno y no negacionistas de la inclinación del eje de la Tierra o de la estructura angular de la molécula de agua? Porque la alerta que pacientemente difundió Sagan afectaba a una de las ideas nucleares del modo occidental de vida, en concreto una de las peores: la noción según la cual somos los reyes de la creación, lo que implica que el curso de ésta es propiedad de nuestra especie, que el universo está hecho para nosotros, que, de alguna manera, nos cuida, y que la ciencia, el progreso, la providencia o no se sabe qué, nos salvarán hagamos lo que hagamos. La terca realidad es la contraria: no somos nada particularmente importante en el universo; el destino está en nuestras manos y no está escrito; nos puede ir bien o mal, dependiendo de las decisiones que tomemos, como especie consciente y libre que somos. El valor fundamental de la ciencia está en su utilidad predictiva y su poder es la fuerza de la razón, aunque las conclusiones que esta facultad establece puedan ser incómodas o directamente no gustar. Todo lo anterior, pensando bien. Pensando mal (y acertando según el clásico refrán), hay que decir que el movimiento de negación del cambio climático estuvo financiado por grandes petroleras con evidentes intereses en este tema (para más información haz clic en este enlace).

Hoy en día, los datos empíricos han acabado dando la razón, por desgracia, a científicos como Sagan o Lovelock, un ecólogo que dedica sus esfuerzos a iluminar los peligros por los que, inconscientes, ya nos hemos adentrado (ver su libro La venganza de la Tierra). Nadie en el ámbito científico y muy pocos fuera de él, niegan hoy en día que la Tierra se calienta y que este fenómeno tiene un origen antropogénico, además de unas posibles consecuencias catastróficas. Baste recordar que la extinción masiva de especies más intensa de la historia de la Tierra, la extinción del Pérmico-Triásico, que casi estuvo a punto de acabar con la vida en nuestro planeta, cursó con una liberación masiva de gases de efecto invernadero que originó una subida de temperatura de unos 5ºC. Por otra parte, cuando una especie se extingue, otras lo hacen después. Un estudio de 2011 ha demostrado el, por otra parte, racionalmente evidente efecto dominó en la desaparición de especies: la extinción de una de ellas afecta a todas las relacionadas mediante redes tróficas con ésta (ver un  resumen de este estudio haciendo clic aquí).

Con la certeza de que esto es así, ¿qué estamos haciendo? Tras el protocolo de Kioto, todas las reuniones internacionales que se han convocado para actualizarlo han fracasado a la hora de programar los imprescindibles recortes en las emisiones de dióxido de carbono. Cada una de ellas se ha limitado a convocar una más, otro año más tarde. La última, en diciembre pasado en Lima (Perú), no ha sido una excepción y ha atrasado las medidas a tomar para ser negociadas en una próxima reunión en Paris (más información en este enlace). Mientras nos acercamos al precipicio con los ojos vendados, ¿cuándo se cogerá este enorme toro por los cuernos? Como ya preguntaba incómodamente Carl Sagan, ¿quién habla en nombre de la Tierra? ¿Quién está preocupado y velando por los intereses de la humanidad en su conjunto?

ISSN:1989-497X
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