Revista Digital de Ciencias Bezmiliana ISSN:1989-497X

RECORTANDO EL FUTURO

En algún momento reciente, a pesar del pesado lastre de nuestra particular historia, nos hemos llegado a creer un país moderno. La inversión en investigación y desarrollo se multiplicaba en los años del gran soufflé, los centros de investigación especializada realzaban los presupuestos estatales y autonómicos, investigadores de prestigio internacional empezaron a aterrizar en nuestro suelo y una masa crítica de compatriotas destacados permitían competir, sin ningún tipo de complejo de inferioridad histórica, con el resto de países avanzados: casi llegamos a sentirnos parte de esa punta de lanza. Pero la burbuja estalló, despertándonos con su bluf repentino de ese sueño, no de la razón sino de la realidad profunda, aquélla que como una pesadilla aparecía de nuevo ante los ojos: un sistema productivo inflado artificialmente con el aire liviano e inconsistente de la especulación inmobiliaria. Tras el impacto de la onda expansiva ha quedado en pie una economía anticuada y poco competitiva. Con efectos sociales devastadores. Entre otros, gran cantidad de jóvenes perfectamente formados emigrando, con todo su conocimiento, creatividad y empuje: para contribuir al desarrollo de otras sociedades, con la consiguiente frustración del profesorado que ve su esfuerzo dilapidado y aprovechado por otros; para generar un valor añadido que nosotros mismos contribuiremos a financiar sosteniendo empresas y pagando patentes que otros más inteligentes y competentes ofrecerán como servicios.
Ya sabemos que todo se torció y que la caída, tras el tímido vuelo, ha sido estruendosa. Somos conscientes que el margen de maniobra es limitado. Que la situación tan difícil a la que hemos vuelto, forzados en parte por la atracción gravitatoria de anteriores corrupciones, ineficiencias e irresponsabilidades, ha exigido asumir con realismo un penoso diagnóstico. Para una descripción de esa borrachera de Carpe diem casi adolescente en el que nos sumimos como país durante algunas décadas ver el magnífico libro de Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era sólido. Este lúcido escritor tiene el mérito, con respecto a tantos y tantos predictores del pasado que ahora pululan por el espacio mediático, de haber vislumbrado el desastre antes de que ocurriera, ¡eso sí que era difícil! Recordamos sus artículos en plena euforia, en el punto álgido de la fiesta podríamos decir, preguntándose y preguntándonos cómo era posible que un país mediano fuera el número uno del mundo en construcción de autovías y líneas de alta velocidad, interrogando incómodamente por el origen del dinero que sostenía la procesión interminable de fastos, edificios y eventos emblemáticos, fantasmales infraestructuras, enchufados, coches oficiales y delegaciones internacionales que proclamaban a los cuatro vientos que éramos un milagro: el milagro español para más señas. Y tanto que era un milagro: el de nuestra inconsciencia. Este muy recomendable libro es un recordatorio de aquellas virtudes cívicas a las que no debimos de renunciar en medio de tanto aturdimiento, de tanto pelotazo, de tanta imaginería fatua, de tanta mercadotecnia de la maravilla: la eficiencia, la honestidad, la cultura, el compromiso con el resto de la sociedad, el espíritu crítico, el buen gobierno, la responsabilidad, la racionalidad. Una ciudadanía consciente que no se debería haber dejado amodorrar por la demagogia ni la mentira; que no debería haber consentido ser gobernada por castas de aprovechados, con el gatillo de la VISA oro siempre bien engrasado; por trepadores apoltronados sobre un supuesto bien común para defender mejor sus intereses personales; por coleccionistas de cargos que inflaban el presente y el futuro próximo con modernidades de papel y visiones faraónicas, renunciando a un medio y largo plazo sostenible, planificado con inteligencia y realismo.
Y este es el punto clave: nuestro futuro. De aquellos polvos vienen estos recortes. Ese fracaso colectivo está frenando en seco lo que parecía la consolidación de nuestra I + D y su homologación a nivel internacional. ¿Alguien duda todavía de que vivimos en una sociedad globalizada donde la tecnología, la innovación y el conocimiento son al ahora lo que las legiones a la época romana? Cualquier poder, cualquier consistencia como sociedad, cualquier horizonte colectivo se sustentarán en economías dinámicas y modernas; y éstas, a su vez, tendrán su cimiento en un complejo sistema de cultivo del conocimiento promovido por una inversión en investigación y educación básica. Recortando en estos ámbitos, las bases del futuro podríamos decir, nos estamos dando un tiro en el pie. Si viajar con la luz corta nos ha traído a este precipicio, sólo la inversión alumbrada por el faro de largo alcance de la educación y la investigación nos puede sacar de él.



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