Revista Digital de Ciencias Bezmiliana ISSN:1989-497X


    La decadencia científica en España a lo largo del siglo XVII es llamativa. López Piñero señala que los científicos españoles de la época se vieron obligados a enfrentarse con la ciencia moderna, de manera que algunos no tuvieron más remedio que aceptar las novedades que parecían irrefutables, mas sólo como “meras rectificaciones de detalle que no afectaban a la validez general de las doctrinas tradicionales”. Éstos eran los “moderados”; en cambio, tristemente, otros defendieron “a capa y espada” las ideas de los clásicos, negando lo evidente y mostrándose absolutamente refractarios a las nuevas corrientes de pensamiento que venían del extranjero. Afortunadamente, las novedades médicas y químicas se fueron incorporando, no sin reticencias (o incluso con agrias polémicas), durante la segunda mitad del siglo XVII, gracias al llamado “movimiento novator” (renovador). Y aquí Andalucía jugó un papel esencial, surgiendo en la capital hispalense lo que Marañón llamó “el milagro de Sevilla”. En el año 1697 un grupo de médicos renovadores, “quijotescos”, comienzan a reunirse en una tertulia (posteriormente conocida, dado el renombre que alcanzó, como “Veneranda Tertulia Hispalense médico-química, anatómica y matemática”). En palabras de Gregorio Marañón, “eran siete hombres de buena voluntad, que, como dice Menéndez y Pelayo, fueron los adelantados en la lucha contra el dogmatismo”. Estos siete científicos rebeldes fueron Juan Muñoz y Peralta, Miguel Melero Ximénez, Leonardo Salvador de Flores, Juan Ordóñez de la Barrera, Miguel de Boix, Gabriel Delgado y el farmacéutico Alonso de los Reyes. Las productivas reuniones tenían lugar en casa de Juan Muñoz y Peralta, de familia judeo-conversa, próxima a la sevillana iglesia de San Isidoro. La Universidad, dogmática y anclada en los saberes clásicos, solicitó el exterminio de la tertulia, acusándola de pretender introducir doctrinas modernas, cartesianas, paracélsicas y de otros extranjeros con la finalidad de derribar la aristotélica y galénica (“que siempre habían sido las oficiales y católicas”). Felizmente, las autoridades permitieron la celebración de las reuniones, desoyendo pues a la intransigente institución académica. Estos médicos de ideas progresistas eran defensores de la iatroquímica (o química médica, cuyo fundador fue el controvertido Paracelso), siendo partidarios del empleo de preparados químicos para el tratamiento de las enfermedades en lugar de las clásicas prácticas galénicas. Así, por ejemplo, Muñoz y Peralta defendió el uso de la quina en las fiebres intermitentes y el empleo del antimonio como medicamento. Destaquemos asimismo que en una de las reuniones, en 1698, Juan Ordóñez de la Barrera (Lora del Río, 1632-Sevilla, 1702), médico, clérigo y artillero, usó el microscopio por primera vez en Sevilla (acaso también en España).

    Finalmente, superando dificultades, y con el apoyo de otros médicos innovadores residentes fuera de Sevilla, logran fundar en 1700 la “Regia Sociedad de Medicina y demás Ciencias” (aprobada por el rey Carlos II, con la oposición de la Universidad, y que contaría también con la protección posterior de Felipe V). Esta sociedad, que desempeñó un papel esencial en la discusión y difusión de las nuevas ideas científicas, nacida “entre rosas y naranjales, en plena Andalucía” (son palabras de Marañón), fue la primera sociedad científica fundada en España (hecho que no debemos ignorar). Entre las ordenanzas de la Regia Sociedad se incluía una referente a la realización de sesiones de anatomía en los hospitales con cadáveres. No obstante, es preciso indicar que la labor de esta sociedad científica, pionera en nuestro país, fue más divulgativa que de investigación (lo que no es poco para aquel momento). De interés fue la tarea en anatomía (con cursos prácticos), botánica, física (se realizaron experiencias y se enseñaron cuestiones de electricidad, óptica, calor, hidráulica y acústica) y química (llevándose a cabo frecuentes experimentos, aunque carecían de un laboratorio adecuado y éstos eran poco rigurosos). Otro hecho notable al que hace referencia Eloy Domínguez-Rodiño (en “285 Años de la Real Academia de Medicina de Sevilla”, artículo publicado el 9 de junio de 1985 en el diario ABC) es el siguiente: “Y que en otra de ellas [de las reuniones de la Regia Sociedad], en 1765, Sebastián Guerrero (Fuentes de Andalucía, 1716-Sevilla, 1780), un estudioso médico ilustrado, empleará el vocablo tejido como expresión de unidad elemental hística, en una época en que ese término aún no había tomado carta de naturaleza en Europa.¡Y tanto que no la había tomado…! ¡Si faltaban seis años para el nacimiento de Bichat…!” Añade Domínguez-Rodiño un jugoso comentario: “¿Qué aspecto físico tendrían aquellos hombres? ¿Qué pasiones se agitaron dentro de ellos?¿Valoraban bien el clima histórico  que les tocó vivir? Me los figuro reunidos en una estancia de la casa de la calle San Isidoro, alrededor de una mesa  de San Antonio y perorando en el conceptuoso lenguaje de su tiempo. Cuánto es de lamentar que maese Juan de Valdés Leal muriese siete años antes que en Sevilla aconteciera este momento estelar de su Medicina, porque de haber vivido en esos días, ¡qué lienzo tan fascinante hubiese podido pintar! Ni más ni menos que el nacimiento del experimentalismo en España”.foto2



    A lo largo del siglo XVIII nuestro país , gracias a la promoción de la actividad científica por parte de las minorías dirigentes, no sin un gran esfuerzo, va recuperando el tiempo perdido y sigue la estela de los países europeos más avanzados. La mentalidad ilustrada se impone, alcanzando su momento culminante con el monarca Carlos III. En este siglo tan importante para el avance de la ciencia, un andaluz va a descubrir en América un nuevo metal. Antonio de Ulloa (Sevilla, 1716-Isla de León, Cádiz, 1795), marino y científico, formó parte de la expedición al Perú junto con Jorge Juan (1713-1773), organizada por la Academia de las Ciencias de París, para medir un arco de meridiano terrestre. Jorge Juan, formado en la Academia de Guardiamarinas de Cádiz (una institución de gran importancia para la ciencia española de la Ilustración), se encargó (desde 1735 hasta 1744) de las observaciones astronómicas y de las experiencias físicas, mientras que Antonio de Ulloa llevaba a cabo las correspondientes a la historia natural. Esta apasionante expedición permitió al sevillano Ulloa descubrir el platino. Observó que se trataba de un metal peculiar. Su rareza y sus particulares propiedades le llevaron a pensar que sería de gran valor. Sin embargo, Ulloa, siempre enfrascado en numerosas actividades, no llegó a investigar a fondo el nuevo metal. A su regreso del productivo viaje cayó prisionero de los ingleses, mas éstos le trataron con corrección y respeto pues Ulloa había alcanzado rápidamente gran prestigio y reconocimiento internacional. Fue liberado y le hicieron miembro de la Royal Society de Londres. Ya en nuestro país organizó varias instituciones científicas; entre ellas, el observatorio de Cádiz y un Laboratorio de Metalurgia en Madrid (conocido vulgarmente como la “Casa del Platino”), pionero en España. Escribió varias obras de interés, entre las que destacamos especialmente Observaciones astronómicas y físicas hechas en los reinos del Perú y Relación histórica del viaje a la América  meridional, ambas escritas en colaboración con Jorge Juan y publicadas en 1748. Junto con nuestro próximo protagonista (Celestino Mutis) es uno de los científicos andaluces de mayor renombre mundial y nadie de cultura media debería ignorarlo.foto3



    El continente americano aún escondía numerosos tesoros naturales a la espera de científicos curiosos y observadores que los desvelaran. Cádiz en el siglo XVIII era una ciudad abierta al mundo y con la mirada puesta en ultramar. En 1720 se había trasladado a dicha ciudad la Casa de la Contratación, dándole el protagonismo que antes había tenido Sevilla. Cádiz es la cuna de José Celestino Mutis (1732-Santa Fe de Bogotá, 1808), médico y naturalista. En 1760, como médico del virrey del Nuevo Reino de Granada, se embarca para América. Se estableció en Santa Fe de Bogotá, ocupando una cátedra de Matemáticas y fue pionero en aquellas tierras en la difusión de la física newtoniana y de la teoría heliocéntrica de Copérnico. En el nuevo continente estudió la flora y la fauna, organizó las minas y la enseñanza de la Medicina, investigó las aplicaciones terapéuticas de la quina y fundó el Observatorio Astronómico. Su obra más importante es Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, con 4000 folios y más de 6000 láminas. La celebridad de Mutis fue tal que Alexander von Humboldt le llamó “el patriarca de los botánicos” y Linneo puso el nombre de mutisia a una planta sudamericana en su honor.



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