Revista Digital de Ciencias Bezmiliana ISSN:1989-497X

 

A modo de conclusión

La imagen que de la tecnociencia da el cine resulta poco alentadora. La tecnociencia es abstrusa, algo sólo para iniciados, aunque se recurre a ella en busca de reconocimiento. La ciencia oficial, y sus representantes, los científicos son dogmáticos e intransigentes y se muestran obcecados en negar las evidencias que pseudocientíficos de toda ralea (con la complacencia de directores y guionistas) se encargan de mostrar. Además, los laboratorios, aparatos, dispositivos y ordenadores que rodean la labor científica en la ficción cinematográfica cumplen la regla no escrita siguiente:

 

El grado de sofisticación o complejidad es proporcional al número de botones, luces, rayos, etc. y tamaño del dispositivo en cuestión.

¿No se han enterado los guionistas de la miniaturización, de la reducción del consumo energético, etc.?

Así, la tecnociencia es continuamente vapuleada. Los errores de bulto son moneda corriente, incluso en los filmes actuales. Batallas siderales adornadas con explosiones (el sonido no se transmite en el espacio), manejo de naves espaciales como vehículos terrestres, armas láser visibles (la radiación láser es invisible), gravedad siempre igual a la terrestre (incluso en una nave), ordenadores enormes, choques, carreras y giros inverosímiles (que se saltan a la torera las leyes de la física más elemental), comunicaciones interestelares instantáneas (las ondas electromagnéticas se desplazan a una velocidad formidable, la de la luz, pero finita), etc. Incluso, en afamadas sagas como Star Wars pese a la omnipresencia de la tecnología más avanzada, se recurre, en los casos límite, ... ¡a la fuerza! ¿Habrá que definir una nueva unidad de medida, el número de errores científicos por segundo, para valorar la calidad de un filme?Star Wars

Salvo contadas y honrosas excepciones (como, entre otras, 2001: Una odisea del espacio, 1968, S. Kubrick), el cine hace un flaco favor al método científico y al modo en que se trabaja en ciencia. Y da alas al avance del pseudocientifismo. El cine requiere concesiones para explicar una historia, incluso la complicidad del espectador, pero la rigurosidad no está reñida con el entretenimiento. Un ejemplo menor, pero interesante: un artilugio como el bat-gancho del que va provisto el fantástico bat-móvil, el vehículo de un superhéroe como Batman, le permite tomar curvas a gran velocidad. Algo verosímil aunque sea en el mundo imaginario de Gotham City. Otro ejemplo, la serie de TV CSI (Crime Scene Investigation) (2002, J. Bruckheimer) es una excelente contrapartida a la perniciosa Expediente X: unos esforzados investigadores judiciales (incluidas minorías tradicionalmente marginadas: mujeres, otras razas además de la blanca) trabajan (en grupo) empleando las técnicas más modernas para resolver complicados casos criminales. ¿Gotas de agua en un inmenso océano de irracionalidad y acientifismo? ¿Una pequeña llama en la oscuridad, como poéticamente señalaba C. Sagan al referirse a la ciencia? En cualquier caso, el cine, con sus aciertos (escasos) y meteduras de pata (las más), es una muy buena herramienta para la divulgación de la tecnociencia (el error sirve para despertar el espíritu crítico) y para permitir la reflexión en torno a ella (algo de lo que andamos necesitados).

 



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