El mundo exterior es construido en nuestro cerebro previa selección del tipo de información relevante para la supervivencia. Por ejemplo no sentimos los rayos cósmicos, ni los campos magnéticos (aunque está por demostrar la hipótesis de que algunos animales migratorios se guíen por el campo magnético terrestre), ni los neutrinos que nos bombardean continuamente, pero sí sentimos el calor, la presión sobre la piel o el color de los objetos.

Que la realidad sea construida en nuestro cerebro no significa que la mente la cree como algunos atrevidos han afirmado: la realidad externa existe independientemente de nosotros y la construcción que nuestro cerebro hace de ella no puede ser caprichosa o libre. O nos proporciona un mapa suficientemente detallado y fiel para movernos por el mundo o éste nos destruye.

Los mecanismos de esa percepción, de alguna manera activa, están diseñados para el tipo de realidad presente en la Naturaleza. A veces, objetos extraños por su simetría, por su forma, por su configuración global o por el rango y el tipo de variación del estímulo, consiguen engañar al Photoshop con el que cargamos continuamente (a veces en un sentido muy literal, por ejemplo la información visual en la retina es invertida 180º por módulos de procesamiento encargados de esta tarea). El resultado no deja de sorprendernos porque olvidamos esa faceta constructiva de la realidad que la mente ejerce.

Como muestra un botón, ¡alucinante!

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Fuente y explicación científica del fenómeno observado: Fogonazos