Esta es la foto que deseábamos tanto ver, la primera vacuna en nuestro país: Araceli, una señora de 96 años que, con la madurez que le da la edad, comprende perfectamente que no se puede permitir esos lujos posmodernos de dudar de todo. Quizás haya visto morir a compañer@s de residencia por la covid y prefiere acabar de una vez con esa angustia a pensar en los muy poco probables efectos perjudiciales de la vacuna. Lejos de conspiranoias estúpidas y de absurdos microchips controladores, se adivina en Araceli una sonrisa de satisfacción. La verdadera conspiración, virtuosa en este caso, ha sido el despliegue de una actividad científica que es la única que nos va a salvar del círculo endiablado en el que aún estamos metidos. Para apaciguar la angustia de Araceli, y la de tantos y tantos que podrían perder su vida y la de sus seres queridos, un equipo de investigadores chino ha tenido que descubrir la causa de la extraña enfermedad que surgió en su territorio y ha procedido a la secuenciación del ARN del coronavirus responsable; una pareja de doctores de origen turco han tenido que poner a punto una nueva metodología de confección de vacunas, la técnica del ARN-mensajero, que promete grandes avances en Medicina; una empresa alemana ha empezado el trabajo de desarrollarla y, finalmente, una empresa estadounidense ha aportado la financiación masiva necesaria para rematar la faena; tras este complejo proceso la Unión Europea, espantando el fantasma de las luchas nacionalistas por acaparar la vacuna, ha procedido a un reparto equitativo y civilizado con el que hoy mismo ha empezado la vacunación en todo el continente. Un prodigio de cooperación.

Verdad y moralidad van de la mano, lo mismo que mentira e inmoralidad, sus opuestos, por lo que se comprende que la política populista –los nuestros primero- sea esencialmente mentirosa. La ciencia promueve y descansa sobre la búsqueda de la verdad por lo que su cultivo es un instrumento privilegiado de ilustración y justicia. Asistimos a un episodio en el que esos valores finalmente han triunfado proporcionándonos un futuro que muy probablemente estará libre de enfermedad y muerte. Analicemos una de las mentiras con más seguidores: no es cierto que haya riesgo en ser los primeros, Araceli no es la primera de nada, la han precedido decenas de miles de héroes anónimos que sí han asumido un riesgo personal con tal de favorecer al resto de la humanidad: los voluntarios de la fase 3 del desarrollo de la vacuna, de cuyo estudio y evaluación hemos deducido que la vacuna es fiable y eficaz, de hecho es el único instrumento que tenemos para salir de la situación en la que estamos. Para aquellos frívolos que andan propagando bulos estúpidos hay una pregunta: ¿qué alternativa proponen? También están los negacionistas, aquellos que opinan que todo es un montaje orquestado por no se sabe quién. Por favor, no los llamemos negacionistas, la negación es una parte importante del pensamiento crítico, consiste en someter a revisión profunda cualquier planteamiento sobre cualquier problema y está incorporado al cuerpo científico y filosófico de la modernidad, al menos desde Descartes, por no hablar de Sócrates. Ser negacionista, por tanto, es un asunto muy serio: Einstein fue negacionista del éter y Darwin lo fue del fijismo de las especies. ¿Por qué simplemente no los llamamos irracionales, disparatados, absurdos, testarudos, descabellados, inverosímiles, irreales, delirantes o alucinados?

Celebremos con emoción que la ciencia que los humanos nos hemos empeñado en desarrollar con grandes esfuerzos, desde hace algunos milenios, nos va a sacar del embrollo en el que un virus micrométrico nos había metido. ¡Felicidades a tod@s por ese gran logro de la razón humana!